El desembolso más significativo vinculado a la propiedad de un automóvil se relaciona con las averías imprevistas, excluyendo tanto el costo de adquisición del vehículo como el mantenimiento preventivo requerido. Aunque algunas faltas son inevitables, otras resultan de prácticas inadecuadas por parte del conductor.
Hoy vamos a repasar algunas costumbres insanas para la mecánica que, tarde o temprano, pueden derivar en una desagradable visita al taller, una visita que suele ser más cara de lo que podíamos pensar en un primer momento.
Calentar el motor al ralentí
No es imprescindible calentar el vehículo, pero resulta aconsejable hacerlo de manera adecuada. No es necesario encender el coche y dejarlo al ralentí hasta que el motor alcance su temperatura óptima de funcionamiento; de hecho, no se recomienda, ya que esto genera emisiones contaminantes y partículas perjudiciales de manera innecesaria, siendo aún más problemático si se realiza en un espacio cerrado como un garaje.
Al dejar el motor en ralentí, solo conseguimos calentarlo de manera poco eficiente. Lo ideal sería que todos los componentes de la cadena cinemática, así como los neumáticos, suspensiones y dirección, se calentaran de manera simultánea, algo que no ocurre cuando el automóvil está inmóvil.
La forma más efectiva de calentar el motor es adoptar una conducción suave y progresiva. Cambiar de marcha temprano, utilizar los controles con delicadeza y aumentar las revoluciones de forma gradual permitirá que todos los elementos mecánicos alcancen la temperatura adecuada. Además, esto favorecerá que los gases de escape alcancen su temperatura óptima, activando los filtros de partículas y las válvulas EGR.
Hacer funcionar la caja de cambios con el aceite frío, saturar el embrague o someter los amortiguadores al aceite a temperaturas muy bajas pueden ocasionar averías evitables y poco sensatas. Adoptar un uso racional durante la fase de calentamiento contribuirá a prevenir problemas innecesarios.
Llevar el motor demasiado bajo de revoluciones para ‘ahorrar’
La insistencia en economizar combustible, especialmente cuando se aborda de manera incorrecta, puede conllevar a una serie de problemas que están ligeramente relacionados con el tema mencionado anteriormente. Algunos conductores, con la intención de reducir los consumos promedio, tienden a aprovechar al máximo las marchas en su rango inferior, lo cual puede tener implicaciones negativas.
Aunque, teóricamente, un motor funciona con un consumo menor a bajas revoluciones, hacer que el propulsor opere constantemente en estos rangos implica que en ciertas situaciones esté realizando un esfuerzo fuera de su óptimo rendimiento, resultando en un funcionamiento menos eficiente.
Además de contribuir a un mayor consumo en determinadas circunstancias, circular con el automóvil casi al ralentí, en el peor de los casos, puede provocar problemas en la transmisión si se experimentan traqueteos o vibraciones en el motor.
Dejar la mano en el cambio y el pie en el embrague
Denomínalo hábito, llámalo preferencia, o incluso adereza con el toque de ‘Fast & Furious’. Cuando operamos un vehículo con transmisión manual, no estamos constantemente efectuando cambios de marcha, ya que estas acciones no nos llevan más que unos segundos manipulando los controles. Por ende, durante el resto del tiempo, es crucial tener las manos y los pies en sus posiciones adecuadas.
En otras palabras, cuando no estamos cambiando de marcha, la mano derecha debe reposar en el volante (enfrente de la izquierda), y el pie izquierdo debe permanecer en el reposapiés del automóvil.
En cuanto a la mano, dejarla apoyada en la palanca implica transmitir cierta fuerza a los mecanismos que conforman el cambio de marchas, generando presión incluso mínima sobre los sincronizadores y acortando su vida útil. La reparación de estos componentes resulta costosa, ya que implica extraer toda la caja de cambios para abordar cualquier daño que pueda haberse producido.
El mismo principio se aplica al pie izquierdo. Si no estamos utilizando el embrague, no tiene sentido mantenerlo cerca del pedal izquierdo, ya que cualquier presión, por mínima que sea, ocasiona desgaste, especialmente sobre los empujadores encargados de transmitir el movimiento del pedal a la prensa de embrague. Además, se genera una carga adicional en la musculatura de la pierna izquierda si se mantiene en esa posición.
Mantener pisado el embrague en los semáforos
Peor aún para los embragues, mucho peor, es llegar a un semáforo y detener el vehículo con el motor en marcha y el embrague pisado, sin desengranar primera, hasta reemprender la marcha. Algunos conductores incluso retienen el coche haciendo uso del embrague en lugar del freno.
Con esta costumbre se genera un desgaste innecesario en las pieza del embrague y se acelera notablemente el momento de pasar por el taller para cambiar un elemento que puede durar como mínimo 100.000 kilómetros.
Circular con punto muerto en bajadas
Permitir que el vehículo ruede en punto muerto en pendientes para economizar combustible es una de esas creencias urbanas que pueden generar sorpresas desagradables. Aunque los automóviles más recientes incorporan la función de ‘vela’, desconectando la transmisión durante descensos, esta práctica solo es efectiva en cajas de cambio automáticas con transmisiones eficientes.
Aunque también es posible realizarlo en vehículos con transmisión manual, constituye una acción irresponsable, ya que se pierde la retención proporcionada por el freno motor. Esto implica que, en caso de necesitar impulso, se requerirá un tiempo adicional para obtenerlo, aumentando el riesgo de no poder reaccionar ante situaciones imprevistas. En los automóviles con ‘modo vela’, la conexión de la caja de cambios se realiza de forma automática.
En el caso de los automóviles con transmisión automática, algunos conductores buscan activar la función ‘vela’ sin considerar los riesgos mecánicos asociados. Si bien no hay inconvenientes en circular en la posición N (neutro) de la caja de cambios, el verdadero problema surge al volver a engranar la posición D (conducción).
Insertar la marcha mientras el vehículo se desplaza a 100 km/h, por ejemplo, implica someter la mecánica a una operación para la cual no fue diseñada. Aunque la caja de cambios puede pasar de N a D sin esfuerzo cuando el automóvil está inmóvil o se desplaza a baja velocidad, en movimiento estos esfuerzos se intensifican debido a la falta de sincronización en el cambio de marchas. Esto provoca un acoplamiento abrupto de la transmisión, equivalente a soltar el embrague de manera brusca en un automóvil con transmisión manual.
Pasar los resaltos como si fueran invisibles
Las estructuras reductoras de velocidad, conocidas como resaltos, badenes, guardias tumbados, lomos de burro, entre otros términos, tienen como finalidad primordial inducir a la reducción de velocidad del tráfico en áreas donde resulta necesario o potencialmente peligroso.
Es válido destacar que existen diversos tipos de estas estructuras y que, en ocasiones, no todas cumplen con las normativas que regulan su construcción o ubicación. No obstante, superarlas a una velocidad mayor de la recomendada puede implicar la necesidad de acudir al taller.
No nos referimos simplemente a la típica rozadura en la parte baja del vehículo; nos referimos a que enfrentarse a estas estructuras a una velocidad superior a la indicada, o incluso sin reducir la velocidad, puede tener consecuencias negativas para la suspensión, silentblocks, tirantes, rótulas e incluso la dirección del automóvil.
Particularmente, los resaltos fabricados en plástico de color amarillo y negro son especialmente propensos a causar daños significativos, a pesar de su apariencia inofensiva. Es en estos resaltos donde los conductores a menudo tienden a confiarse y disminuir menos la velocidad, superándolos de tal manera que la integridad del vehículo se ve sometida a un desafío considerable.
Para prevenir posibles daños asociados a estas estructuras, lo más aconsejable es superarlas a la velocidad establecida por la vía, o incluso a una velocidad inferior. Enfrentarlas de frente sin activar los frenos ayuda a evitar cargas excesivas, transferencias de peso y esfuerzos transversales.
Forzar la dirección hasta los topes
Maniobrar es algo que todos realizamos cada vez que nos ponemos al volante. Para aparcar y desaparcar tenemos que hacer una maniobra, por pequeña o sencilla que sea, y es ahí cuando aparece uno de los vicios más comunes.
Hablamos de forzar los topes de la dirección. Cuando giramos al máximo la dirección hay conductores que se quedan colgados del volante, haciendo fuerza contra el tope que marca el máximo recorrido del volante. Error.
Una vez que giramos al máximo el volante no hace falta mantener la presión contra el extremo del recorrido. Cuando notamos el tope debemos aliviar la fuerza que ejercemos para quitarnos de encima una costumbre que puede derivar en averías muy tontas.
En coches con asistencia hidráulica a la dirección, forzar esa posición genera una presión innecesaria en el circuito que puede estropear la bomba de la dirección o reventar algún manguito. Además, también es recomendable girar la dirección al menos sin tener el freno apretado para reducir el esfuerzo del sistema o, mejor aún, hacerlo con las ruedas girando a muy baja velocidad.
Apurar la reserva más allá de lo deseable
Existen conductores que evitan pasar por la gasolinera y estiran al máximo la capacidad de sus depósitos. Con el objetivo de evitar visitar la estación de servicio, algunos optan por continuar conduciendo incluso después de que se encienda la señal de reserva, una práctica que puede acarrear consecuencias perjudiciales en más de un sentido.
Quedarse sin combustible en plena carretera no se clasifica como una avería, sino como una negligencia, y en caso de que la reserva se active y no haya una gasolinera cercana, quedarse varado en la carretera podría resultar en una multa por generar una situación de peligro.
Por otro lado, hacer que el motor funcione con el combustible de la reserva conlleva ciertos riesgos. Tanto el depósito del vehículo como el tanque de la gasolinera y el camión cisterna que transportó el combustible no están completamente libres de impurezas. La gasolina contiene partículas más densas que el líquido que las contiene, y para prevenir que lleguen al motor, se utilizan los filtros de combustible.
Circular más allá de lo recomendado en reserva implica que estas impurezas ingresen al motor. Estas partículas pueden dañar las sondas lambda, poner el motor en modo ‘a prueba de fallos’, obstruir el filtro de combustible e incluso impedir que el automóvil arranque. En el peor de los casos, estas impurezas pueden llegar al motor o al sistema de admisión, generando una avería considerable.